Sobre mí...


Dice Rosa Montero:
«...los novelistas no somos sino lectores desparramados y desbordados por nuestra ansiosa hambruna de palabras.»

Soy hija única y lectora de nacimiento, lo llevo en el ADN. Combinación explosiva donde las haya.  

Los libros me proporcionaron innumerables aventuras en mis días de soledad y formaron parte del paisaje de mi niñez como una extensión del cuerpo de mis padres. Y también fueron parte tangible, corpórea y logística de mi hogar. La mesa que soportaba la cadena de música (el siglo pasado se necesitaba una mesa entera para tal columna sónica y jónica…) se componía de una enorme caja de cartón a rebosar de libros que no pasaron el casting para presidir la biblioteca. Biblioteca que tiene, aún hoy, doble fondo, donde se esconden aquellos que huyen de la luz del día. Como la cara oculta de la luna. Las estanterías de mi habitación rebosaban libros que servían, entre otras cosas, para sujetar la sábana con la que me hacía tiendas de campaña. Los periódicos que mi padre leía, en papel nada menos mis queridos nativos digitales, me proporcionaron horas y horas de manualidades de todo tipo años antes de la aparición de Youtube, ahí… a golpe de imaginación. Había libros en las mesitas de noche y en la mesa de centro del salón. Dentro de ella me refiero ya que era una caja de cartón cubierta por un monísimo mantel. Cosas de las mudanzas... ¡Y es que dan tanta estabilidad los libros! Amueblando no sólo cabezas, si no cualquier rincón del hogar. En una ocasión mi padre, por entonces un tierno e imberbe treintañero, usó una pila de libros y una olla de la cocina para improvisar una sonora alarma antirrobo, uniendo el estrambótico conjunto a la puerta de la terraza. Desconocemos a día de hoy la eficacia del invento, porque nunca entraron a robar. Poco iban a encontrar por entonces a parte de libros. Disuasorio si era...


Anidan pues en mi cabeza todo tipo de pájaros, que tarde o temprano habían de rebasar la frontera y dar el salto al papel. A la pantalla también pero huele mejor el primero.


Un profesor de literatura, en tiempos en los que las humanidades aún no habían sufrido los recortes, me dijo en una ocasión: «dedíquese usted a escribir, Fuertes. Dedíquese usted a escribir». Y aquí estoy, cumpliendo mi destino, que cuando a una le hablan de usted a los quince años, el mensaje cala, y obedeces. Aunque con un poco de retraso me convertí en narradora.

Este es mi castillo en el aire por donde deambulan mis fantasmas. Espero que les guste. Y si hay alguien leyendo al otro lado bienvenidos sean. Por aquí caminan mis fantasmas.

Yolanda Fuertes.

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